En el libro “Cómo mueren las democracias”, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt sostienen que las normas implícitas de convivencia política son esenciales para que una democracia prospere. Una de ellas es la tolerancia mutua, que supone aceptar a los rivales políticos como legítimos -a pesar de poder estar en total desacuerdo con ellos.

Cuando se erosiona el respeto mutuo entonces la conciliación, las mutuas concesiones y la armonización de intereses -que son fundamentales para llegar a decisiones políticas razonables-, desaparecen. En vez, se saca la artillería pesada y toda disputa tiene el potencial de terminar en una guerra (solo recordemos el último 30 de setiembre). Lo único que puede salir de una situación en la que ambos poderes despliegan -en la mayor medida de lo posible- sus poderes institucionales, es una crisis.

Hoy, dicha “tolerancia mutua” no existe en el plano político. El último domingo hemos podido constatar -nuevamente- su inexistencia:

1. Desde el Ejecutivo, se evidencia en un presidente que representa al Congreso como el enemigo; diciendo que este le ha dado “la espalda al pueblo” y anunciando sus intenciones de convocar un referéndum.

2. Desde el Congreso se exhibe en la respuesta revanchista al mensaje presidencial; aprobando las reformas, pero agregando un golpe al Ejecutivo. Y burlando, además, el significado de de ‘reforma constitucional’ al hacerlo todo en unas horas. Incluso dentro del propio Congreso, se manifiesta en la incapacidad de los parlamentarios para escuchar al otro sin interrumpir, carcajearse o lanzar una burla.

Finalmente, y por encima de todo, lo que esta clase política nos está demostrando es la erosión del respeto hacia nosotros, los ciudadanos.

Si Ejecutivo y Legislativo pueden enfrascarse en una riña inoportuna -por decir lo menos-, mientras el país se incendia entre el coronavirus y la recesión económica, se están burlando de nosotros. Y francamente, merecemos más.