Nunca antes hemos tenido un proceso electoral tan movido, en el que cada semana salen nuevas denuncias de irregularidades y destapes en que las redes sociales, los blogs y hasta los programas de televisión marcan la pauta política, con programas como El valor de la verdad que desfiguran el sentido real de la palabra “verdad” y en el que los políticos buscan refugiarse para salir impolutos, tratando de convencer a la teleaudiencia que son unos santos angelitos.

Por su parte, los organismos electorales han demostrado no estar a la altura de las circunstancias, postergando y manteniendo un calculado suspenso, para definir las candidaturas, analizando los trámites de la inscripción a menos de dos meses de las elecciones. Es decir, aún no sabemos quiénes son los candidatos que están en carrera.

Mientras tanto los días pasan, siguen desestimando listas congresales, renuncias adelantadas como la de Renzo Reggiardo y probablemente otros abandonos que se producirán en los próximos días de esos candidatos que aparecen en el rubro “otros” de las encuestas y que terminarán desapareciendo del panorama político.

Y eso que aún no nos ponemos a pensar que como siempre elegiremos entre lo peor de nuestra política chicha y estaremos en el dilema si votar por el “cáncer” o el “sida”; porque no votamos por convicción, sino por obligación, por el menos malo; y claro, soportaremos cinco años de incertidumbre y de malos manejos, de corrupción y atraso, de deshacer lo hecho para hacer lo mismo con otro nombre; y de una oposición gritona y calculadora que lo único que piensa es en su provecho personal para hacerse notar en los medios. Así estamos.