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El terrorismo no es una execrable exclusividad de los extremismos islámicos. No. El atentado de la víspera en Nueva Zelanda lo confirma. Cerca de 41 personas fueron asesinadas por un denominado supremacista blanco en las mezquitas de Al Noor y Linwood, en la ciudad de Christchurch, en la isla del sur del país. Pero, ¿qué son realmente los supremacistas? Pues, se trata de personas que están vinculadas a los sectores ultraconservadores o ultraderechistas, esencialmente racistas, con un importante registro en los Estados Unidos de América. Para ellos, el hombre blanco es incontrastablemente superior a los demás, a los que ven siempre como menos personas -los negros y los aborígenes (apaches, comanches y pieles rojas) fueron sus víctimas en gran parte de su historia nacional en el siglo XIX, con marcada presencia en los tiempos de la guerra de secesión estadounidense (1861-1865), en que se enfrentaron los estados del Sur, llamados los Confederados, contra los del Norte, que integraron la Unión-, hallándoles grandes defectos y escasamente alguna o ninguna virtud. Suelen ser irritables con los foráneos, cultivando la xenofobia como una regla de vida. Gran parte de ellos han aplaudido las políticas duras del gobierno de Trump con los migrantes y, en modo especial, contra los musulmanes y los latinos. En el fondo son antisistema, porque no aceptan la convivencia pacífica con gente que no piensa igual que ellos o porque son físicamente distintos.

En Nueva Zelanda, que significa “Tierra de la gran nube blanca”, un país de 4.5 millones de habitantes, predominantemente urbano, donde habla inglés el 95% y el resto maorí, y donde la religión mayoritaria es el cristianismo con alta penetración de las iglesias anglicana, presbiteriana, católica y metodista, los musulmanes son una minoría religiosa. Hasta este país, ubicado al sureste de Australia, donde su gente mantiene una esperanza de vida que llega hasta los 82 años, se ha producido un acto claramente terrorista, el más nefasto atentado en su historia nacional, confirmando que no existe en ninguna parte del mundo un territorio o ciudad que pueda considerarse librado del extremismo, sea del origen que sea. 

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