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La humanidad ha mejorado sus invenciones en las últimas décadas. Tenemos mejores teléfonos, computadoras y autos. Sin embargo, las ciudades en las que vivimos no se han transformado para mejor. Las grandes ciudades de las que siempre hablamos, las que soñamos visitar, fueron construidas todas hace más de cien años. ¿Por qué las nuevas ciudades no llegan a conseguir ese status?

El filósofo inglés Alain de Botton tiene una respuesta sobre qué hace que ciudades como París o Ámsterdam sean mágicas. En primer lugar, es necesario contar con una buena dosis de orden, debido a la tendencia natural de las personas a buscar simetría y repetición de patrones. Sin embargo, sin variedad, tendríamos aburridas ciudades de estilo soviético. La clave está en encontrar un balance que resalte las características de cada casa, sin perder la familiaridad. En segundo lugar, las ciudades deben estar vivas. Esto quiere decir tener más actividades en espacios públicos y no dejar toda actividad humana entre cuatro paredes. Necesitamos escalas que nos hagan sentir cercanos entre nosotros. Hoy en día buscamos la privacidad, pero solo hemos encontrado el aislamiento.

Es importante retomar la discusión sobre la belleza. Llegó la hora de desterrar esa idea relativista de que la belleza es subjetiva. Reconozcamos la necesidad de ciudades bellas como un paso legítimo para mejorar nuestra calidad de vida.