La pregunta que invade a tirios y troyanos es cómo terminar de entender a este Ollanta Humala que empieza a despedirse de Palacio de Gobierno peleado hasta con su sombra.

Bajo el perfil que muestra hoy, el Mandatario resulta una rara avis en la estratósfera política, porque no hay antecedentes de un jefe de Estado con su facilidad para convertir a sus amigos en archienemigos.

Veamos. Los dos vicepresidentes con los que ganó las elecciones ahora disparan desde el otro lado. Chehade desnudando los secretos palaciegos de Nadine Heredia, y Marisol Espinoza sacudiéndose de los maltratos y postergaciones de “La Jefa”.

Óscar Valdés y César Villanueva, expresidentes del Consejo de Ministros, a diario evocan su perniciosa falta de liderazgo, atizada por el accionar dictatorial de la Primera Dama, del que ellos también pueden dar testimonio.

Sus padrinos, socios o garantes Alejandro Toledo y Mario Vargas Llosa ya no lo son tanto. El chakano despotrica sin miramientos de su gestión y hasta habló de la valija venezolana repleta de petrodólares, y el Nobel denota mucho con su silencio (cuando antes era generoso en los halagos).

Si de la familia se trata, el papá le ha soltado varios cañonazos (como ese de que “no ha hecho prácticamente nada”) y es autor del legendario calificativo “borrachita por el poder” teledirigido a su nuera. Además, Antauro no quiere verlo ni en pintura y Ulises no se cansa de ponerle zancadillas.

El rasgo más grave de su estampa es que también parece peleado con él mismo, algo que se traduce en su habitual fastidio frente a los micrófonos y la solución de los problemas nuestros de cada día.

Bueno, a decir de las encuestas, está peleado con el Perú.