El presidente Martín Vizcarra es, por ahora, un hombre con suerte, pues se ha salvado de la vacancia no porque ha sido capaz de aclarar lo dicho en los vergonzosos audios, sino porque el pedido de echarlo del cargo se ha dado en un momento complicado para el país y porque el Congreso al que tuvo que enfrentar ha sido un verdadero circo de poca monta y muy torpe que hizo todo mal, con lo que jugó a favor del inquilino de Palacio de Gobierno.

Si los audios de la vergüenza no hubieran aparecido en medio de la descomunal pandemia que sigue matando todos los días, y el pedido de vacancia no hubiera venido desde un Congreso a cargo de un personaje como Manuel Merino al que se le ocurrió llamar a mandos militares en el momento menos indicado, y que además está al frente de una institución plagada de elementos como Daniel Urresti, José Luna, Cecilia García y María Bartolo, el escenario sería otro.

El mandatario debería estar muy agradecido también que la solicitud de vacancia haya salido de la bancada de asesino de Antauro Humala a través de Edgar Alarcón, quien a su vez carga con decenas de investigaciones tras su triste paso por la Contraloría General de la República. A eso se suma que el escándalo ha surgido cuando falta menos de un año para el fin del gobierno, por lo que muchos se convencieron de que no era conveniente cambiar al jefe del Estado.

De no haber existido todos estos elementos de por medio, el presidente Vizcarra hoy tendría que estar sacando sus pertenencias de Palacio de Gobierno, pues ni él ni su abogado han aclarado nada sobre el contenido de los audios con dos de sus subordinadas a las que aparentemente instruye para que mientan ante la Fiscalía. El mandatario se ha salvado por las circunstancias y las metidas de pata de otros, y no por sus méritos o porque su honestidad y limpieza hoy estén fuera de duda.

Mal haría el jefe de Estado en sentirse victorioso o fortalecido tras la votación del viernes por la noche. Más bien, debería darse cuenta que los audios y el escándalo generado por sus subordinadas y ese personaje inclasificable llamado Richard Cisneros, han servido como una radiografía de quien tenía como principal activo político su supuesto compromiso con la lucha contra la corrupción. Difícil y casi imposible creerle a partir de ahora.