A ver si le hablamos claro a los candidatos, a los partidos políticos, y dejamos de hacernos los tontos. Tú haces como que me dices la verdad, y yo hago como que te creo. Como la verdad no ayuda en nada a ser elegido, nadie dice la verdad. En consecuencia, los planes de gobierno no solo están bastante alejados de la realidad sino que, en muchos casos, hasta se le oponen. Son irrealizables, incumplibles. De manera que pedir al electorado que elija sobre la base de comparar propuestas hasta puede resultar una tarea inútil.

La lógica de los candidatos y sus equipos de campaña parece ser esta: de nada me sirve el plan de gobierno si antes no logro ser elegido, primero debo hacerme del poder y luego veremos qué se puede hacer. Entonces se cambia de escenario, dejamos el mundo reflexivo, donde debe prevalecer la razón, para abandonarnos en el imprevisible terreno de lo

emotivo.

Este es el lugar de la guerra sucia, del atacarse, del defenderse, donde afloran las pasiones, donde todo esfuerzo se sintetiza y queda reducido al “me gusta” (o no me gusta). Así de simple, como en el Facebook. Entonces el electorado observa, como si fuera una competencia de ping-pong, oscilando la cabeza de un lado al otro, abriendo la boca y los ojos, mareado y soñando cuándo llegará a la fila de la mesa de sufragio. Si los medios no ayudamos a poner orden en este caos de mar revuelto para ganancia de algún vivo, si por el contrario “magalizamos” la agenda, la dictadura del rating volverá a vencer, la mediocridad y vulgaridad seguirán reinando sobre la cosa pública, porque es lo que le gusta a la gente.