En “El himno nacional”, primer capítulo de la celebrada serie Black Mirror creada por Charlie Brooker, un ficticio primer ministro británico, ante el secuestro de una integrante de la familia real, se ve obligado a aceptar la demanda de los plagiarios, quienes liberarán a la princesa siempre y cuando el político acepte tener relaciones sexuales con una cerda y transmitirla en vivo por todas las cadenas de televisión. Así de crudo, así de terrible el escenario. A pesar de que el pedido se quiere silenciar por los medios tradicionales, este se emite por YouTube y las redes convirtiéndose en “viral”, palabrita tan de moda últimamente. Millones de ciudadanos se enteran del hecho que lamentan y critican con dureza. La mayoría califica la exigencia de los secuestradores como un exceso, casi una locura que no verán, si eso se concreta. Pero... cuando lamentablemente el personaje tiene que cumplir con el pedido, que hasta hashtag genera en Twitter, sucede todo lo contrario. En los bares, en las casas, en las oficinas, todos están pegados al televisor, a la infame escena y a la humillación pública de un primer ministro. Fin de la historia, aplausos para el guión y las mejores críticas para una producción de lujo . Pero dejemos territorios y escenarios ficticios del primer mundo que bien retrata Black Mirror, porque por aquí, si usted no se ha dado cuenta, también estamos sufriendo las consecuencias del poder e influencia de las nuevas tecnologías de la información, las redes e internet. No es ficción, por ejemplo, ver a las narradoras de noticieros locales de televisión, con el rostro compungido, casi al borde de las lágrimas, presentando a los televidentes el último video enviado desde el smartphone de uno de los jóvenes que murieron quemados dentro de un almacén tipo container , y todos impávidos, con un ojo abierto y el otro cerrado, siendo testigos del dolor, la desesperación, de la muerte que se acerca, pero que trasladadas a la televisión se convierten en un espectáculo más. Claro, para lavar la conciencia, se dirá, bueno son los nuevos tiempos, hay que apelar a cualquier tecnología para informar, denunciar el hecho, pero ¿nos hemos puesto a pensar en las madres de esos muchachos? ¿Tener que ver en la pantalla chica imágenes de los últimos minutos de sus hijos no es matarlas muchas veces? La realidad supera la ficción dicen, y parece que estamos encaminados a eso. Detengámonos unos minutos a pensar a dónde vamos, antes de que sea demasiado tarde.