La selección peruana finalmente llegó a la etapa en la que el cambio generacional del que tanto se habló durante años toma forma, pero por la fuerza. Embriagados con la bruma de una generación mediática pero inoperante, nos encomendamos a la volatilidad de un grupo de “vacas sagradas” que jamás nos dieron nada.
Esa devoción dañina e injustificada finalmente parece erradicarse, pero, como dijimos líneas arriba, por la fuerza. Recordemos que este último proceso eliminatorio contó con la presencia de todos esos jugadores, fue la necesidad la que empujó a Ricardo Gareca a echar mano de nuevas caras y qué mejor que la necesidad como excusa para poner en marcha un cambio urgente y que no podía seguir aplazándose. La falta de continuidad, de compromiso y el irremediable paso del tiempo terminaron suprimiendo esas presencias de relativa necesidad en la base del conjunto peruano.
Es cierto que el actual grupo de jugadores tiene mucho camino por recorrer, que la jerarquía es un ingrediente vital para el desempeño de cualquier selección que aspira llegar a un Mundial, pero también es verdad que hay una serie de factores que no son negociables cuando de representar al país se trata. Conceptos como el compromiso y la responsabilidad para con la selección no deben volver a ser vulnerados nunca más, el trabajo de hoy no debe ir direccionado hacia sancionar los casos de indisciplina que se presenten, sino a evitarlos.
Hoy Perú no tiene un equipo base, pero lo tendrá. Lo que a esta selección le toca hacer en lo que resta de Eliminatorias es entregarlo todo y adquirir esa jerarquía que tantas “viudas” exigen, también a la fuerza por supuesto. Es en ese camino que los demás ingredientes que posee el fútbol hacen que la ilusión de clasificar no se extinga y eso está bien, mientras se pueda se persigue.
Aun así, resulta enternecedor ver cómo más de uno pide jerarquía en la selección y saltan los nombres de Jefferson Farfán y André Carrillo. El primero juega en una liga que prácticamente es de exhibición, mientras que el segundo busca ganarse un lugar en un equipo grande de Portugal y, a sus 25 años, sigue siendo una promesa porque en el Perú las promesas envejecen en medio del jolgorio de la gloria inexistente. Eso es para nosotros la jerarquía.
Es en este contexto que nos damos de cara contra una realidad grotesca que siempre nos costará aceptar, no es el fútbol peruano lo que debe cambiar, sino el Perú.