La operación fundamental de la política es la identificación del amigo/enemigo. ¿Quién es el amigo para un líder político? La respuesta es simple: su votante. El elector es la razón de ser del político, el autor de su liderazgo, el sujeto de su gestión, la fuente de su poder soberano. El líder que no comprende la relación personalísima con su elector, el líder que no interpreta correctamente al pueblo y lo que este siente, está condenado al fracaso.

La relación entre el pueblo y el líder explica la victoria o la derrota. Cuando un líder olvida a su elector, cuando confunde las características de sus electores o si opta por coquetear con el elector del enemigo, para captar el elusivo voto de otros partidos, la relación personalísima corre el riesgo de romperse. Una cosa es buscar el voto del indeciso y otra, muy distinta, intentar conquistar al votante del enemigo. El indeciso lo que necesita es, precisamente, “decisión”. El indeciso busca la seguridad de los principios. El indeciso apostará, siempre, por aquel que mejor encarne los valores de su país, lo propio de su comunidad. No es un revolucionario en potencia. Al revés, es un votante que busca la seguridad de un programa. El indeciso puede votar por ti, pero el elector del enemigo jamás te respaldará.

El partido llamado a inaugurar una etapa de hegemonía del centro popular debe recordar la relación fundamental con su elector. Si la dirigencia piensa en un sentido, si los congresistas se suman a la ideología del enemigo, entonces hay que retornar a la raíz. La raíz es lo que piensa el elector, el fiel y el potencial. Tu electorado te define, no la dirigencia. El partido nace de su electorado, existe por el electorado y trabaja para un electorado. He aquí la clave del poder.