La implementación de la Junta Nacional de Justicia (JNJ), que reemplazará al putrefacto Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), cuna y semillero de “hermanitos” y demás especies que han habitado y habitan el Poder Judicial y el Ministerio Público, tiene que dar los resultados esperados, pues es vital que el Perú cuente con un sistema judicial honesto, eficiente, ágil y al mismo tiempo despojado de interferencias de toda índole y de cualquier politización.
A lo largo de nuestra historia hemos tenido intentos de reformas, de autorreformas, de intervenciones como la que hizo Vladimiro Montesinos, de abultados aumentos de sueldos a jueces y fiscales como los que dio Alejandro Toledo para tratar de frenar la corrupción, y demás acciones que en la práctica de poco o nada han servido. La mejor evidencia de esto la conocimos a través de los audios del asco difundidos desde julio de este año por IDL-Reporteros.
Pasaron casi 200 años de historia republicana para darnos cuenta de que todo lo que se hizo para tener un sistema de justicia respetable fue un fracaso. Y no solo me refiero a los “hermanitos” lanzados a la fama por los audios. Ahí están también los magistrados que liberan a asesinos y narcos, los que no mandan a la cárcel a los agresores de mujeres, los que dejan escapar a personajes como Toledo, los que trabajan día a día alentados por intereses subalternos y demás.
Es por eso que la JNJ no puede ser un intento más. No puede fracasar. Eso sería grave en la coyuntura actual, en que parece que ya hemos tocado fondo y es urgente cambiar de raíz la administración de justicia, la cual, además, debe estar libre de toda influencia política, sea de izquierda, de derecha, del gobierno de turno o del que venga. Si esto no ocurre, estaremos nuevamente apostando por volver a lo mismo del pasado.
La JNJ debe apuntar a erradicar tanto a los hampones que pueblan las instancias supremas como a los jueces y fiscales de juzgados y fiscalías de las provincias más alejadas, ahí donde los litigantes de a pie tienen que vérselas con delincuentes y sinvergüenzas de medalla en el pecho que nunca debieron llegar a sus cargos. La tarea es ardua, pues se trata de erradicar taras que vienen de muchos años, pero no imposible.