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Rodrigo Díaz de Vivar, desde lo alto, estudiaba el campo del enemigo que le sitiaba, cuando una flecha le atravesó. Herido de muerte, ordenó que embalsamaran su cuerpo y que muerto cabalgara montado sobre su caballo Babieca. Los moros estaban seguros de ganar sabiendo a El Cid abatido. Cuando amaneció, abrieron las puertas de Valencia y las tropas salieron con El Cid a la cabeza. El pánico cundió entre los árabes cuando lo vieron y huyeron. El Cid había ganado su última batalla. Mutatis mutandis, la leyenda viene a la actualidad porque nunca como en estos tiempos veremos cómo es que una muerte, un suicidio, será usado para el intento de relanzar a un viejo partido político, tan venido a menos en su reputación y popularidad, no por culpa de terceros, sino de sus principales líderes, entre ellos el muerto. Con una exministra aprista afirmando que “la muerte de Alan García ha limpiado el honor del Apra”, hasta un inimputable menor de edad firmando su inscripción en el partido sobre el ataúd de su padre, ya podrán imaginar todos los gestos a los que serán capaces de recurrir para sobrevivir. Nos hacen falta instituciones políticas, partidos como el Apra, que alguna vez tuvo ideología en vigencia. No estoy seguro de que lo que pretenden presentar como martirologio les funcione, sobre todo cuando el país atraviesa por una crisis de regeneración de la clase política, con los últimos cuatro expresidentes presos o prófugos. La guerra contra la corrupción nacional apenas se ha perfilado y ojalá que no deje muñeco con cabeza. De manera que tendremos que esperar mucho más para saber con qué materia prima contaremos para la construcción de la nueva clase política. Por lo pronto, ya sabemos quiénes son los responsables de habernos heredado este leprosorio político, donde se pone de moda relanzarse.