La Contraloría es el órgano que cautela el uso eficiente de los recursos del Perú y la legalidad de la ejecución del presupuesto del sector público.

El contralor Edgar Alarcón está cargado de denuncias ventiladas en los medios de comunicación, pero se aferra con uñas y dientes al cargo; no quiere renunciar.

Hay un viejo dicho: “La mujer del César no solo debe ser honrada sino parecerlo”, y nuestro Contralor no parece honrado; si no, veamos:

Está denunciado por comprar predios del Estado siendo gerente de la Contraloría; posee un negocio inmobiliario no declarado; compra vehículos a los proveedores de la Contraloría; indemniza a la madre de sus hijos, que trabajó en la Contraloría, con sumas exorbitantes que superan los S/250 mil, cuando la señora tenía un sueldo de S/3500; la Fiscalía le ha abierto una investigación por lavado de activos; y, como si fuera poco, la Comisión Anticorrupción lo ha separado y no precisamente porque lo considere un hombre íntegro.

El Contralor se sostiene con los votos del fujimorismo. Si Keiko quisiera, lo podría hacer destituir desde el Congreso, pero ahí sigue nuestro Contralor, que yo lo veo más muerto que vivo.

Renuncie, señor Contralor; lamentablemente las acusaciones lo señalan, y la imagen que debe tener usted es precisamente la más pura, la más inmaculada, porque tiene que resguardar los recursos públicos en tiempos de alta corrupción.