Mucho se dice sobre la capacidad de los peruanos para afrontar y superar las peores crisis o conflictos políticos, bélicos, sociales, económicos y recientemente, sanitarios.
Uno de los aspectos que nos marca culturalmente es nuestra fortaleza para afrontar guerras a lo largo de nuestra historia y superarlas con fe, pero sobre todo, con mucho trabajo. Las secuelas que todo enfrentamiento deja siempre han sido resueltas por la unidad de los sectores empresariales, políticos y sociales. Sin embargo, esa raza guerrera que nos distingue, fue puesta a prueba en la lucha contra el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA que nos hundió en la más sangrienta guerra ideológica y criminal de nuestra historia y que, más allá de los liderazgos políticos que ayudaron a combatirla, enfrentamos y superamos, unidos, todos los peruanos.
En momento difíciles como los que atravesamos hoy, queda claro que la resiliencia de los peruanos no depende de sus líderes políticos o de sus gobernantes, depende de su gente: de las madres y padres que día a día libran una batalla para lograr sus objetivos y el de sus familias; de los pequeños, medianos y grandes empresarios que, a pesar de las adversidades, sacamos adelante la economía generando trabajo y sosteniendo el sueño de ser un país más desarrollado, justo y equitativo.
La resiliencia de los peruanos no se somete a sus gobernantes: Los hospitales funcionan en medio de una crisis gracias a su personal asistencial y administrativo en general; las escuelas y universidades, por el compromiso de sus promotores, autoridades, maestros y alumnos; las carreteras y las obras de infraestructura por la apuesta conjunta de obreros y empresarios con visión conjunta de lograr un país mejor; la agricultura se desarrolla por la fuerza responsable de un sector pujante que crece cada vez más, para beneficio de todos. En resumen, la fuerza laboral, social y económica de nuestro país no depende de chantajes emocionales que buscan proteger regímenes políticos o liderazgos temporales.
El Perú tiene ya bien ganado su sello de garantía de “resiliencia” de por vida. Pueden pasar presidentes y autoridades, pero ello no afectará nunca nuestra fortaleza. Aún más, no tenerle miedo al cambio parece ser la evidencia más clara de que nuestro Perú es un país a prueba de todo. Como bien lo dijo el gran historiador Jorge Basadre: “A diferencia de los individuos, los pueblos pueden resucitar”.