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Notables por interesantes son las reflexiones de Jacques Vèrges en su obra Justicia y literatura cuando analiza la figura de Saint-Just como fiscal revolucionario. La requisitoria de Saint-Just en el juicio de Luis XVI “sorprendió en su tiempo y sigue sorprendiendo en el nuestro”. El fiscal de la Revolución tenía un terrorífico aforismo: “Nada se parece tanto a la virtud como un crimen”. Por eso, no dudó en pedir la muerte para el Rey convenciendo a muchos con estas palabras: “Hay que matarlo, ya no hay leyes para juzgarlo; él mismo las ha destruido. Hay que matarlo por enemigo”. El proceso, para el fiscal, era maleable en función de la política.

En efecto, es propio de los momentos jacobinos guillotinar a los supuestos enemigos de la revolución. Malraux decía que Saint-Just fue el anunciador de “los comunistas y los fascistas, del partido único y todopoderoso”. Tal vez por eso el fiscal revolucionario dijo a sus seguidores jacobinos: “Está en la naturaleza de las cosas que nuestros asuntos económicos se mezclen cada vez más hasta que la República, una vez establecida, abarque todas las relaciones, todos los intereses, todos los derechos, todos los deberes, y dé una impronta común a todos los ámbitos del Estado”. Este germen totalitario no tardó en expandirse con el terror rojo de los radicales.

“Saint-Just no cedió jamás, nunca se quejó. Se llevó su enigma al morir. Implacable fiscal de ruptura, se ganó la inmortalidad de los acusados de ruptura, fue la inspiración de los bolcheviques y el consuelo de jóvenes puras e inválidas”, finaliza Vèrges. No olvidemos sin embargo que a todo jacobino le espera Termidor.