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Cada 28 de julio, el Presidente se para frente al Congreso y habla, entre otras cosas, sobre la crisis que atraviesa nuestro país. Cada año, la forma y el color de la misma cambian, pero su presencia es permanente.

Este año la sorpresa vino con la solución que propuso el Presidente: adelantar las elecciones generales al 2020. Esto nos coloca en un terreno incómodamente familiar: un futuro en donde la única certeza es la incertidumbre.

¿Cuáles son los escenarios?

Para llevar a cabo políticas de Estado exitosas se necesita estabilidad y continuidad. Si adelantamos las elecciones, habremos tenido tres mandatarios en lo que debió haber sido un solo periodo presidencial. Es decir, cinco años -prácticamente- perdidos. Esto no garantiza, además, que el Congreso o el jefe de Estado que elijamos solucione la crisis en la que nos encontramos, una de raíces muy profundas y cuya solución debería también serlo.

Sin embargo, también es verdad que el impasse que venimos viendo entre el Ejecutivo y el Legislativo tampoco permite que nuestro país avance. Si seguimos así, sin ánimos de conciliar, sin atacar los verdaderos problemas del país sino enfocándonos en cómo subir en las encuestas con palabras muy conmovedoras, pero sin hacer mucho para materializarlas, al 2021 tendremos, también, cinco años -prácticamente- perdidos. Cinco años que un país con un potencial como el nuestro no se puede dar el lujo de desperdiciar.

La política es una vocación. Si estás en ella es porque sientes la necesidad -la urgencia- de hacer algo por un país que te sientes orgulloso de llamar el tuyo. Eso es lo único que te motiva a tomar las decisiones correctas por millones de personas que no conoces.

Nuevamente parece que buscamos curar un cáncer con una inyección. ¿Será mejor que nada? Tal vez. ¿Nos traerá aún más problemas de los que ya tenemos? Es una gran posibilidad. Pero qué nublado veo hoy tu futuro, Perú.