San Agustín, que murió un día como hoy, de 430 d.C. en Argelia, es considerado Padre de la Iglesia. Fue obispo de Hipona, al norte de África. Uno de los máximos conversos de la cristiandad, consiguiendo la misericordia de Dios, San Agustín legó para la memoria colectiva de cristianos y en general, de los creyentes, la idea de la inmensidad de Dios, que solamente comprendió a partir de su experiencia personal sobre la Santísima Trinidad. En efecto, cuenta la historia de la Iglesia de que hallándose el mayor teólogo de la denominada Alta Edad Media atormentado por conocer la naturaleza de Dios, sin poder explicarse lógicamente la existencia de tres personas en uno solo Dios, esto es, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por cierto, uno de los mayores dilemas, precisamente de quienes luego provocarían escisiones en la Iglesia, acumulando causas o pretextos para la reforma religiosa del siglo XVI, San Agustín caminando por la orilla de Hipona avistó de lejos a un niño que se hallaba recogiendo agua del océano en una cubeta que echaba en un hoyo que había cavado en la porción de la arena seca. Se acercó al niño para consultar con extrañeza por lo que hacía repetidamente. Solamente el niño volvió a la atención del Obispo cuando éste parecía perder la paciencia por la indiferencia del menor que soltando la cubeta le dijo: “Acaso no ves que estoy echando todo el agua del océano en este hoyo”. San Agustín a punto de entrar en el delirio por no comprender la rutina del niño y decidido a increparlo haciéndole saber que lo que hacía era imposible porque jamás conseguiría copar el hoyo con todo el agua del mar, fue entonces que el niño se volvió hacia él y mirándolo fijamente le dijo de que de la misma manera como no podía comprender cómo vaciaba todo el agua del océano  en un hoyo, no debía estar cuestionándose sobre la inmensidad de la naturaleza de Dios en tres personas distintas que constituyen un solo Dios porque así como era inexplicable comprender que él sí podía vaciar todo el agua del mar en el hoyo, la existencia y el ser de Dios también lo era, y que más bien debía solamente creer. Al querer seguir haciendo preguntas al niño, éste ya había desaparecido porque era el mismo Dios. Esta tesis ha sido pétreo sustento de la fe para  Iglesia en su historia de 2000 años.