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Cuando la madre Teresa de Calcuta, la santa más trascendente de la Iglesia católica de las últimas décadas, nacía un día como hoy, el 26 de agosto de 1910 -hace 109 años-, México explosionaba con la revolución que cambiaría la historia azteca, y el Perú era gobernado en su primer mandato por Augusto B. Leguía (1908-1912), el presidente injustamente más satanizado en nuestra historia del siglo XX. Con nombre de pila Agnes Gonxha Bojaxhiu, Santa Teresa -canonizada por el papa Francisco en 2016- fue una religiosa de origen albanés naturalizada india, que cinco años después de la Segunda Guerra Mundial decidió fundar la Congregación de las Misioneras de la Caridad en Calcuta (1950). Su vida estuvo consagrada a los pobres y, entre estos, a los más pobres. También pudo estar con los ricos y poderosos buscando de ellos lo mejor, pues solía decir que no era verdad que los ricos por serlo no se preocupasen por los pobres. Los ateos y comunistas de la Guerra Fría en algún momento la enfrentaron, pero ella siempre se mostró indoblegable en su misión respondiéndoles con amor. Bregó sin desmayo por los niños, de quienes decía “… eran como las estrellas del firmamento, porque nunca eran demasiados”, e inquiría con insistencia que “salvar a un niño es salvar al mundo”. Su causa fue la paz y por donde iba siempre la pregonaba coadyuvando, seguramente sin saberlo, al fortalecimiento del principio jurídico internacional de solución pacífica de las controversias. Por ello le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz en 1979 y el más alto galardón civil de la India, el Bharat Ratna, un año después. Apoyado en esas membresías, el papa Juan Pablo II la designó en 1982 para mediar el conflicto con el Líbano. En su amor a los pobres llegó a recordar el de San Vicente de Paúl, cuya congregación está cumpliendo en 2019 el centenario de su misión en el Perú. Nos visitó hasta en 7 ocasiones y el lugar para hallarla en Lima fue la Casa de las Misioneras de la Caridad, ubicada en pleno corazón de La Victoria. Siempre ataviada con túnica blanca y con dos rayas de color azul que sobresalían en su toca, era la misma Madre Teresa que había ganado fama sin proponérselo, llamando la atención de toda la comunidad internacional. Sin duda, fue la santa de la era de la globalización. Murió en 1997 dejando enorme legado por la paz y los pobres.