La semana que pasó vimos con estupor cómo un padre de familia agredía a un grupo de enfermeras que realizaba una jornada de vacunación contra la influenza en un colegio de Cusco. No contento con la agresión, este sujeto robó el contenedor refrigerado donde había, por lo menos, un par de cientos de dosis de este medicamento cuya efectividad e inocuidad ya ha sido probada por la ciencia desde hace varios años.

Como si esto fuera poco, resulta preocupante que 12 departamentos del país estén en emergencia sanitaria debido al riesgo elevado de un brote de poliomielitis y sarampión, dos enfermedades que estaban erradicadas en el Perú gracias a las vacunas.

A esto se suman las alertas señalando que la ivermectina no sirve para tratar a pacientes con dengue, al igual que como nunca sirvió para atender ni contrarrestar los síntomas de la Covid-19 sino que pone en riesgo a las personas al crear una falsa sensación de seguridad. Lo peor de todo es que fueron miembros del gremio médico los que recomendaban el uso de este antiparasitario para combatir ambas enfermedades.

Urge que el Gobierno, a través del Ministerio de Salud y de Educación, realice campañas dirigidas a padres, para contrarrestar el espacio ganado por los antivacunas y recordar que el uso de las vacunas evita enfermedades que pueden causar graves daños a los niños, niñas y adolescentes.