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Febrero de 1985 había sido la primera vez que un papa llegaba al norte del país. Por ese entonces estuvo en Piura y Trujillo. Se trató de Juan Pablo II, quien bendijo esta cálida tierra. Más de 30 años han pasado desde aquella época y, en verdad, la ciudad y sus personas han cambiado. Puedo dar fe de esto último, sobre todo en lo intolerantes que nos hemos vuelto.

Hay mucha mala leche en algunas personas que piden respeto para sus credos, pero no para los ajenos. Por ejemplo, en las redes sociales leo algunos mensajes de quienes despotrican por los gastos del Estado por la llegada del Papa Francisco, pero no se dan cuenta que las obras quedan para nosotros.

Otros hasta han dicho que la ciudad no debió ser reparada para que el propio santo padre vea las condiciones en las que vivimos. De frente direccionamos el dedo acusador hacia las autoridades, sí, con ese mismo índice con el que se ensuciaron para elegirlas en una cámara de votación.

Oigan, me jode poner ejemplos con moralina o mensajes a la conciencia, pero siempre es bueno refrescar la mente con los consejos de antaño. Si respetas a quien visita tu hogar, entonces dígnate a limpiarlo. ¿Acaso no barres la sala cuando viene el pariente o el amigo después de tiempo? Si recibes tal cual a tus invitados, eso no significa que seas franco, sino que ni respeto le tienes.

Vamos, que hay muchas cosas positivas por ofrecerle al noble representante de un sector numeroso de ciudadanos, sobre todo respeto por quien viene a dar un mensaje de armonía para los suyos -y no tan suyos-. Nadie va a pisar el país para declarar la guerra. Tranquilos. No comulgas con sus ideas, no lo escuches.

Si eres ateo, agnóstico o tienes alguna creencia que borra al papa, normal, todos tienen el derecho a confiar en algo o alguien. ¿Tienes la libertad de expresarte? Claro, mientras no ataques ni agredas al prójimo. ¿Deseas protestar porque la iglesia no quiere el matrimonio homosexual ni la unión civil (yo apoyo ambos)? Suave, no necesitas la aceptación del clero para desarrollarte. Somos laicos.

Hemos cambiado, sin duda; somos otros, de todas maneras; pero respetemos a quienes mantienen su fe, a los que se han sacrificado para ver al papa, a aquellos que suman mística y religiosidad. Aprendamos a mejorar.