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Cuando ocurre un crimen, violación o bullying en la secundaria se buscan explicaciones en la personalidad de los afectados o la cultura de violencia social, lo cual siendo importante no debiera opacar la pregunta de si no habrá algún nivel de patología inducida por la forma cómo se concibe e implementa la cotidianeidad de los jóvenes en la secundaria tradicional. Veamos.

Los adolescentes necesitan una sensación de pertenencia, afinidad y cercanía; autonomía y autodeterminación; retos cognitivos que expandan sus capacidades y habilidades intelectuales… Sin embargo, en el común de las secundarias hay una educación despersonalizada, anónima, pasiva, con pocas oportunidades para elegir, abordajes punitivos a la disciplina, trabajo cognitivo basado en las rutinas y memorización y un volumen asfixiante de tediosas tareas. Hay pocas oportunidades para hacer cosas a las que los jóvenes le encuentran sentido. Son espacios en los que los jóvenes se sienten invisibles, desatendidos, anónimos, perdidos.

Hay una nula sensación de comunidad en un ambiente en el que se empuja a los alumnos a competir unos contra otros y no solo son calificados y rankeados, sino además se les trasmite la idea de que la presencia de otros (mejores, exitosos) es un obstáculo para el éxito de uno mismo. En lugar se hacerse cargo de sus decisiones, se les exige que todo el tiempo sigan las pautas definidas por otros. En suma, se les prepara para una vida totalitaria que tiene poco de democrática, sensible, compasiva, comprometida con el bienestar común.

¿No es hora de reformular esta pedagogía retrógrada?