Es más fácil señalar los errores de un gobierno liderado por un hombre que los de un Congreso integrado por 130 personas. En un grupo de 130 siempre habrá de todo: buenos elementos y muy malos. Los ciudadanos podemos tender hacia la individualización y así teñir de negro la reputación de toda una institución. Actualmente, el Congreso cuenta con menos de 15% de aprobación de la ciudadanía.

Dicho eso, sí que se puede juzgar al Congreso por la capacidad que sus integrantes tienen para llegar a consensos y aprobar leyes que beneficien a la ciudadanía. En ese sentido, el Congreso ha sido efectivo al aprobar leyes “candado” que impiden que desde el Ejecutivo se avance con una iniciativa de Asamblea Constituyente. Sin embargo, estas leyes no tienen ningún efecto tangible en la ciudadanía; no generan la percepción de que se está legislando en favor de los peruanos. Y esto nos lleva a una verdad irrefutable: el debate sobre políticas públicas está notablemente ausente del hemiciclo. La mayoría de bancadas se la pasa luchando por sus micro-intereses políticos.

Así, el gran fracaso de este Congreso es no haber logrado los consensos necesarios para poder trabajar con fluidez. Los pocos congresistas que han llegado con la intención de servir a su país no han logrado articular liderazgos.

Si los parlamentarios no dejan sus diferencias a un lado y empiezan a esforzarse para lograr consensos en temas que importan, el presidente seguirá siendo el ganador en esta contienda.