Me contaba una jovencita cuya madre estaba haciendo enormes esfuerzos para pagar la matrícula escolar que se daba cuenta del sacrificio de su mamá y que iba estudiar con ahínco para “ser alguien en la vida” y compensarle luego a su mamá.

Me conmovió mucho su expresión “ser alguien en la vida”. De pronto se me vino a la mente toda la historia de exclusiones que ha habido en el Perú por razones étnicas, culturales y socioeconómicas, corporizadas en una niña que sentía que no era nadie, salvo que obtuviera alguna vez un título universitario para merecer el reconocimiento social. Sentía que tenía que devolver o compensar más adelante a su madre por darle la oportunidad de estudiar. En ningún momento lo sintió como un derecho que no estaba atado a compensación alguna, sino como un beneficio del que solo gozan algunos.

Me preguntaba qué le hacía sentir eso... y más allá de las realidades objetivas de un país como el Perú tan segmentado con un estado tan indiferente a la equidad y el bienestar común, pensé en la escuela, como un espacio que puede aliarse con esta realidad o en cambio puede confrontarla, con las principales herramientas que tiene: la acogida y el cultivo de una alta autoestima en los estudiantes, que les haga sentir que nadie es menos dependiendo de su hogar de procedencia, y que todos sientan que son alguien en la vida, dignos de merecer el amor y la protección de su entorno.

Quién sabe, si lográramos que todos los niños sintieran así, nuestras próximas generaciones podrían gestar una sociedad más amable, auto-regulada, pacífica, emprendedora y solidaria.