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En materia de conflictos sociales de origen ambiental, poco está por descubrirse. Es un mapa viejo que se cuartea de puro maltrato. Sí, señor.

Sus causas, procesos y resultados se caen como fichas de dominó, en cadena, a vista y paciencia de sus operadores. Es como querer escribir en la arena y esperar que el texto perdure como si estuviera tallado en la roca.

Ya se ha dicho y hecho lo suficiente como para esperar primicias o novedades que asombren. Los conflictos sociales nacen y crecen hasta hacer crisis en economías en expansión, en entornos de pobreza y en medio de una incomunicación torpe, casi patológica.

La causa real y profunda de los conflictos socioambientales en áreas donde se dan o se planean dar operaciones extractivas es el acceso, uso y distribución de la riqueza que se presiente como vasta y asimétrica. La gente del entorno del prospecto de negocio quiere ser parte, tomar parte y tener parte. Está claro.

No importa que la actividad formal explore, extraiga, transforme, exporte y tribute si es que el común de la gente tiene la percepción de que las ganancias son privadas y las pérdidas públicas.

No hay sistema de diálogo o de prevención que revierta el rompimiento del vínculo entre la base social y la economía, si es que el Estado no brinda un servicio de bajo precio y de alto aprecio de modo que garantice que toda inversión sea económicamente viable, socialmente responsable y ambientalmente sostenible.