La emergencia sanitaria mundial que estamos viviendo, evidencia valores y prácticas que hemos ido olvidando. Quizás la central sea la solidaridad. Si 80% de los contagiados tuvieran riesgo de morir, probablemente todos acatarían la cuarentena sin chistar. Como “solo” a 20% le dan síntomas graves, y se repite que los que tienen mayor riesgo de morir son personas con el sistema inmunológico deprimido, muchos no acatan y quieren seguir como si nada pasara.

En primer lugar, no es correcto que no haya riesgo para personas jóvenes. De hecho, en NY, 38% de los hospitalizados de gravedad son jóvenes (). Pero el punto no es ese. En esta crisis, si seguimos intentando racionalizarlo todo, de sumar y restar en la ruleta rusa de los posibles escenarios estadísticos, no vamos a salir victoriosos.

Necesitamos reconectar con nuestras emociones y despertar colectivamente nuestra empatía y capacidad de trabajo en equipo. Por ejemplo, no estamos pudiendo ponernos en el lugar del otro que va a fallecer aislado, sin sus seres queridos, en un hospital público, para luego ser cremado, sin que sus familiares puedan siquiera despedirse. ¿Cuánto dolor estamos dispuestos a infligir con nuestra inconsciencia?

Nos irrita de sobre manera cómo esta crisis nos hace recordar una y otra vez lo frágiles que somos. Pero es necesario reconocer nuestras limitaciones, porque esto nos permite reconocer nuestras fortalezas. Hoy, nuestra mayor fortaleza es la solidaridad. Cuanto más pensemos en los demás, mejor nos irá a nosotros mismos. En realidad, siempre ha sido así. De hecho, si los que tienen más hubieran comprendido esta simple ley de la vida, los sistemas de salud serían gratuitos y universales. En un mundo globalizado, nadie, por más rico que sea, va a estar a salvo, mientras haya otros que se sigan contagiando. Vayamos imaginando cómo podemos re-plantear nuestras sociedades. Desde donde está cada uno ¿qué vamos a hacer para que la vida sea mejor para todos?