Los cinco sismos que en la noche del miércoles remecieron la provincia de Nazca, sumados a los que horas más tarde se sintieron en las regiones Lambayeque y Tumbes (este último con epicentro en territorio ecuatoriano), deben servir como una alerta tanto al gobierno como a los ciudadanos, a fin de estar preparados ante la eventualidad de un gran terremoto como el que los expertos esperan desde hace años en la costa peruana.

Jamás debemos olvidar no solo que estamos en una de las zonas con mayor actividad telúrica del planeta, sino que llevamos mucho tiempo en “silencio sísmico”, lo cual lleva a pensar que en cualquier momento podría ocurrir un brutal terremoto. No se trata de asustar a la gente, sino de tomar consciencia de los riesgos que corremos los peruanos por el solo hecho de habitar nuestro territorio, especialmente la franja costeña.

Tras los sismos de las últimas horas, el presidente ejecutivo del Instituto Geofísico del Perú (IGP), Hernando Tavera, ha recordado la precariedad de muchas de las casas de nuestro país, que son producto de la autoconstrucción, sin el debido respaldo técnico. Ha insistido en tener a la mano la mochila de emergencia y en establecer en casas y centros de trabajo las rutas de evacuación en caso de un terremoto.

Si a estas situaciones de riesgo permanente, sumamos la coyuntura actual en que nuestro sistema de salud está colapsado por la segunda ola del coronavirus, vemos que el panorama se complica mucho más. Ya sabemos cómo están los hospitales y en especial las camas UCI. Las de por sí crudas estimaciones de muertos y heridos en caso de un gran sismo, podrían quedar cortas en momentos como los que vivimos desde hace diez meses.

Si cada peruano no actúa con responsabilidad ante la posibilidad del gran sismo que se espera desde hace décadas, la situación podría ser inmanejable a nivel sanitario. Queda claro que el sistema de salud y los servicios de emergencia no se darían abasto. Es mejor estar prevenidos desde ahora, para no sumar una tragedia adicional a la que ya vivimos desde que el COVID-19 llegó a nuestro país en marzo del año pasado.