Algo muy malo tiene que estar pasando en el Perú para que a la cabeza de las encuestas en un momento tan crítico como el actual, se encuentre Yonhy Lescano, un político tradicional de aquellos, con casi 20 años en el Congreso y que al momento de postular a la Presidencia de la República no ha sido ni capaz de elaborar un plan de gobierno completo para que los peruanos sepan por quién están votando.
Ayer en Correo hemos dado cuenta de esto último. Lo que ha presentado Acción Popular es un documento de 26 páginas donde menciona, entre otras generalidades, la necesidad de un cambio de Constitución para conseguir el desarrollo, reducir la informalidad de 75 a 30% en cinco años y que se dé una pensión básica universal a los peruanos financiada con tributos. También propone castración química para violadores y “acrecentar la autoestima personal”.
Lescano, quien si no fuera de Acción Popular tendría que ser considerados dentro de las múltiples ramas de la izquierda peruana, es el mismo que hace unos días, tras un año de miles de muertes a causa de una brutal pandemia que el mundo no logra controlar, ha salido a decir que hay personas que “han ido controlando el COVID-19 con cañazo y sal”. ¿Así quiere ponerse al frente de la lucha contra esta enfermedad que ha devastado nuestro país?
Respecto a la denuncia de acoso contra una periodista, las explicaciones de Lescano dejan más dudas que certezas. Por su propio bien y por el del país, este caso que le valió una suspensión de parte del anterior Congreso, debería ser muy bien explicado por el candidato, pero con argumentos sólidos y evidencias, y no culpando de todo a supuestos complots políticos. Un caso aparte es el “agradecimiento” que le dedica Abimael Guzmán en uno de sus libros.
Irónico que los peruanos se quejen tanto de los políticos tradicionales, y al final terminen dando su aceptación a uno que los representa muy bien. El Perú merecía más en este momento. Y lo señalo no solo por Lescano, sino por la gran mayoría de candidatos presidenciales, que en líneas generales no están a la altura del gran reto que significará asumir las riendas de un país devastado y que vive en una constante turbulencia política que afecta su gobernabilidad.