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No salimos de una y ya entramos en otra. Hasta ahora nos mantiene con un ojo abierto el dengue, el zika y la chikungunya, secuela de El Niño, las lluvias y los zancudos, que llenaron hospitales de mosquiteros a niveles inéditos. Ahora inauguramos este bendito síndrome de Guillain-Barré, una de esas enfermedades raras de las que no se conoce la causa exacta. Solo se sospecha que está relacionada con infecciones o diarreas que hacen que el sistema inmune lesione el sistema nervioso, llegando a niveles mortales. No siendo contagioso, se cree que este brote tan numeroso en casos -algunos de los cuales ya han muerto- tenga relación con la suciedad y nuestros malos hábitos de higiene. Si solo hubiera ocurrido en Piura o ciudades cercanas, donde la basura gana por goleada, podríamos confirmarlo, pero hay casos en todo el Perú. Sin embargo, el mayor peligro para la salud de la población es la situación de crisis que atraviesa el sector, carente de infraestructura y recursos para atender a una demanda siempre creciente en los segmentos más empobrecidos. La gente se muere por pobre y no porque sea imposible salvarla. También por indiferencia, porque cada vez escasean más las instituciones de beneficencia que acuden allí donde el Estado no llega, o son acicate para estimular la solidaridad. Por lo pronto, esta es una razón más para que los protocolos de alerta sanitaria hayan sido activados entre las dependencias de salud. Y para que lo mismo ocurra con las responsabilidades municipales en la higiene pública. Por un lado, la responsabilidad individual con las medidas de limpieza recomendadas en los hábitos de la alimentación, y con la erradicación de la basura en calles y carreteras. Las autoridades y la población deben entender que no se trata de una cuestión de estética o buen gusto mantener una ciudad limpia, es un delito grave contra la salud ensuciarla.