Se ha ido una semana de sismos: el de magnitud 6.0 de la noche del martes, que sacó de sus aposentos a muchos peruanos; el ocasionado por la reaparición de Vladimiro Montesinos, con epicentro en la Base Naval; y el que puso de cabeza al Jurado Nacional de Defecciones, perdón Elecciones (JNE), al perder quórum con la declinación del telúrico fiscal supremo Luis Arce Córdova.

El primero es un ajustón del “Cinturón de Fuego del Pacífico”, esa herradura de volcanes que nos hace un país en latente riesgo de temblores por antonomasia, y no hay vuelta que darle. Es más, los especialistas advierten que debemos prepararnos para un terremoto de 8.5 grados en la capital, de allí la importancia de tomar en serio los simulacros, como el que tendremos mañana.

El segundo halla una definición cabal en el editorial de El Comercio: “Es inaceptable que alguien como Montesinos pueda seguir marcando parte de la pauta política”, esta vez con “vladiaudios” difundidos por Fernando “Popy” Olivera. En verdad, todo lo que deviene del ‘Doc’ huele feo porque –como anota El País– “su nombre quedó asociado para siempre al espionaje, la treta, la conspiración y el contubernio”.

Finalmente, el tercero derrumbó sobre la mesa la precariedad funcional del máximo ente electoral, y la llegada de Víctor Rodríguez Monteza, si bien puede disminuir el movimiento del “sismógrafo coyuntural”, está obligado a contribuir a parar las réplicas y demandas para que, al fin de cuentas, tengamos un proceso con una proclama legítima, refrendada por la voluntad popular salida de las ánforas, o sea de la verdad.

No estamos para someter al Perú a un cataclismo de intereses particulares. Digo.

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