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El pensamiento clásico definió correctamente que la persona humana no es un medio sino un fin. La instrumentalización vino después con la cosificación de la humanidad y la consolidación de un falso estado de naturaleza en el que el hombre es el lobo del hombre. Esta instrumentalización de la persona ha sido fundamental en el posterior desarrollo del relativismo contemporáneo. El relativismo es el signo político visible de aquella instrumentalización. He aquí el inicio de la gran guerra cultural.

La guerra cultural que vivimos es desconocida por la mayor parte de la población. Se inició con la estrategia gramsciana desplegada por la izquierda para capturar el Estado tras la debacle de la opción terrorista. La izquierda ha optado por la captura democrática del Estado y el gran katejon que ha servido de obstáculo durante veinte años al control total de la administración ha sido la alianza liderada por Fuerza Popular (FP). En la actualidad, la mayoría parlamentaria de FP ha logrado señalar sectores estratégicos copados por la izquierda (educación, salud, programas sociales, cultura, mujer, etc.) buscando evitar su hegemonía. En algunos casos, ha logrado detener dicha hegemonía. En otros, se mantiene una tensa calma. Lo cierto es que, como toda guerra cultural, esta no cesará, porque se enfrentan dos cosmovisiones completamente distintas sobre el mundo y el país.

Las guerras culturales atraviesan etapas de paz armada, pero siempre se definen en una contienda. Esta puede ser una guerra de desgaste o una gran batalla a manera de desenlace del conflicto. Lo peor es vegetar en medio de una guerra soñando que vives en paz.