Cuando uno se pregunta por qué no funcionó la cuarentena en el Perú de inmediato piensa en el estómago. No se puede respetar un encierro tan extenso porque la desigualdad socioeconómica es evidente: nos enseñaron que primero es la comida y luego la salud.

De hachazo, el presidente Martín Vizcarra ordenó el 15 de marzo una drástica cuarentena. De un momento a otro se cerraba el país, sus calles, sus negocios (con excepciones), lo que significó un golpe a la moral y al bolsillo.

Recién tras el primer alargue de la confinación social, el Gobierno dispuso un flotador financiero de 380 soles para las familias en estado de vulnerabilidad. Luego, otorgó otro bono de similar cantidad. Pero, ya todo estaba consumado.

Es fácil criticar a quienes dejan sus hogares, rompiendo la ley, para ganarse un pan. Desde un cómodo sofá se puede jugar a ser general, ministro y hasta presidente. Sin embargo, para aquellos que no tienen nada en el estómago es una cuestión de honor buscar sus alimentos.

El primer bono no llegó a tiempo, mientras que el segundo sobrepasó el límite de la paciencia y la inclemencia de la gastritis. Eran, en total, 760 soles que servían para pagar las arrugas originadas en los primeros días de cuarentena.

Con 70 días de encierro, es difícil estirar los 760 soles para comer o comprar medicina; peor será con los 106 días que ahora durará el estado de emergencia. Ni un mago podría darle alimentos a sus hijos con 7.20 soles al día, el promedio de gasto si se quiere sobrevivir con los dos bonos.

Se viene el bono universal de 760 soles para quienes no accedieron a los primeros beneficios. ¡Qué cosa! La vida no es una carrera en posta donde unos dejan de comer para que otros sacien su estómago.