Mientras dure el estado de emergencia en las zonas afectadas, ningún hueco podrá ser parchado de manera decente. Ni intente encolerizarse porque un vehículo le lanzó agua mientras caminaba. Así son algunos peruanos. Muchos, en cambio, ayudan y se solidarizan. Otros son indiferentes, pero no me sorprenden.

Renegar en estos momentos no ayuda de mucho, aunque lo hayamos hecho en un inicio buscando culpables y responsabilizando a las autoridades, menos maldecir que pese a que hay días en que no llueve ni cae un huaico las calles siguen intransitables. ¿Por qué no guardamos el auto mientras todos ayudamos a limpiar las calles?

Creo que si bien hay mucho apoyo para los damnificados, con seres y sus actos encomiables desechando un fin de semana de descanso para llevar ayuda en silencio -sin fotos de por medio ni mensajes por el Facebook-, las ciudades perjudicadas por la falta de prevención necesitan más que eso. Urge poner manos a la obra.

No podemos tapar huecos con asfalto, pero tenemos manos para limpiar no solo el polvo producto del lodo seco, sino, también, para tratar de desaparecer esa evidencia que aún nos duele cada vez que vemos las calles totalmente descuidadas. Pagamos por el servicio de limpieza pública, pero, ¿qué tal si hacemos nosotros el trabajo y luego se la cobramos a quienes debieron hacer la chamba?

Si dejamos que el agua caiga sobre mojado, que un huaico tape el barro seco, habremos permitido que la resignación acapare nuestras vidas. Apelemos a nuestra rebeldía. Somos cerca de 8 millones de pobladores en el norte del país que podemos darle vuelta a esta situación. No esperemos que un gobernador o un alcalde nos saque de este apuro, aunque sea su deber.

Leí que no es momento de pelear contra las autoridades lanzando críticas que no ayuden a construir -aunque siga pensando que no debemos pasarlas por agua tibia-; entonces, es hora de convocar a quienes vivimos en esta zona para buscar y dar soluciones concretas, aunque sean momentáneas.