Nuestros políticos ofrecen teatro a pedido. La obra se representa entre dos palacios con ribetes de comedia y drama, pero en el nivel del absurdo no dejan nada a la imaginación. Tal es la incoherencia de los discursos políticos, con contadas excepciones, que la gente no entiende cómo se exhiben tan convencidos de que tienen razón. Niegan lo evidente, argumentan contra lo visto, toman con frivolidad la responsabilidad del poder político y de la representación. Creen en los arreglos bajo la mesa a contracorriente de imágenes y textos que todo el país conoce.

No aceptan que su credibilidad se va perdiendo aceleradamente y que la gente que votó se siente ofendida, angustiada y lesionada por políticos que no pueden o no saben dirigir el país ni dar explicaciones ni rendir cuentas. Más allá de los veinte mil dólares en el baño de Palacio o de la nocturnidad de la casa de Breña, al descartar el debate perdieron la oportunidad de que Pedro Castillo diera explicaciones. La vendetta informativa se diluyó, el Parlamento no investigó, los arreglos subalternos prosperaron y aquí no ha pasado nada.

El fondo de la cuestión bien gracias, a mirar a otro lado. ¿A quién engañan? Juegan con fuego, la ficción no hace desaparecer el descontento ni la crisis de confianza que se reflejará en las encuestas. Los espectadores sienten que el país se les va de las manos, pero en el escenario toman champán, celebran victorias fictas. Perdieron el sentido de la realidad y eso es suicida para ellos y para el país. La función terminó con el presunto digno mandatario y los correctos representantes yéndose a su casa. Pero Pedro Castillo no se ha salvado ni tiene todo controlado. Si cree que puede celebrar con los políticos que lo ayudaron se equivoca. Le toca enfrentar lo que está pasando y dejar de lado el libreto.