Se trata de instinto, de sangre, de pasión. De dejar atrás el pasado, tanto el bueno como el malo, de reescribir nuestra historia con tinta propia e indeleble, con furia y convicción. Hoy, como hace mucho no le sucedía a Perú, todo depende de nosotros y de nadie más. El futuro está en nuestros pies; nos encontramos a noventa minutos de la redención, de romper con una tara que se hacía crónica y que nos urgía erradicar. Perú depende de lo que pueda hacer.En este preciso momento, no cabe abrazar frases como aquellas en las que aseguramos que, pase lo que pase, este equipo será para nosotros ganador. No, eso es inaceptable; el equipo ganador es el que gana, no el que merece. Quizás, si no clasificamos, el saldo sea favorable en términos amplios y generales: se forjó una personalidad, la identidad dejó de ser opcional y el compromiso se entendió de una vez por todas como un factor inherente a la existencia de cualquier equipo que se precie de serlo. La inconducta se castigó con indiferencia; no con sanciones pomposas o frases para la platea, sino con la más dura de las reacciones: el olvido. La mejor manera de derrotar a un alma egocéntrica es restándole tribuna, quitándole notoriedad y aislándola en su incoherencia. Gareca lo logró: nos volvió mortales, sacudió el terrible manto de los Fantásticos de un equipo que de fantástico no tenía nada y convirtió el deseo en humildad. La disciplina la incubó con eficacia desde lo más profundo de cada integrante de esta selección y, nos guste o no, ese será siempre el mayor de sus logros, su legado incuestionable. Tristemente, si perdemos el martes, será lo último en lo que la mayoría de peruanos piense; será difícil encontrar consuelo si es que eso llega a suceder, ya que en el fútbol es el resultado el que manda.Ricardo Gareca llegó al Perú para clasificar a nuestra selección de fútbol a Rusia 2018 y no lograr ese objetivo representa no cumplir con el trabajo encomendado. Si alguien lo tuvo claro desde siempre, fue él mismo, más allá de que buscó endilgársele un mentado recambio que no fue otra cosa que la respuesta ante la necesidad de alcanzar objetivos. Gareca encontró mucho más en esta empresa que el simple anhelo de la clasificación: encontró un país lastimado, con un fútbol casi desahuciado, pero con hambre. Porque, más allá de que el fracaso se volvió costumbre y la frustración el pan de cada día, algo había dentro de esos jugadores en los que terminó confiando, algo que no se quita jamás: el deseo de dejar de ser aquello que uno nunca quiso ser. Será triste no clasificar, un golpe casi mortal; pero más triste será que ese golpe nos impedirá ver con claridad todo lo que se consiguió a lo largo de esta etapa.