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El catolicismo está de fiesta. La Madre Teresa de Calcuta ha sido canonizada ayer por el papa Francisco en el marco de una emotiva celebración religiosa en la Plaza de San Pedro, en Roma. La nueva santa de la Iglesia tuvo una vida extraordinariamente ejemplar. Con nombre de pila Agnes Gonxha Bojaxhiu, Santa Teresa fue una religiosa católica de origen albanés naturalizada india que cinco años después de la Segunda Guerra Mundial, decidió fundar la Congregación de las Misioneras de la Caridad en Calcuta (1950). Su vida estuvo consagrada a los pobres y entre estos a los más pobres. Su propósito inicial se hizo fecundo por todas partes del mundo y hasta en el Perú la congregación cuenta con una Casa en el distrito de La Victoria, en Lima. Santa Teresa pudo estar con los ricos y poderosos al tiempo que con los pobres y más marginados de la sociedad. Su éxito estuvo en el amor que irradió en todo momento. Los comunistas de la Guerra Fría en algún momento la enfrentaron, pero ella siempre anduvo indoblegable en su misión respondiéndoles siempre con amor. Bregó siempre por los niños de quienes decía “…eran como las estrellas del firmamento porque nunca eran demasiados”. Su causa fue la paz y en sus doctas explicaciones de fe y de evangelización por donde fue, siempre pregonaba el principio jurídico de solución pacífica de las controversias consagrado en el derecho internacional contemporáneo y por ello le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz en 1979 y el más alto galardón civil de la India, el Bharat Ratna, un año después. En su amor a los pobres recordaba el de San Vicente de Paúl para quien “el servicio a los pobres es la medida de nuestro seguimiento a Cristo”. Fue una de las mayores figuras internacionales de fines del siglo XX. Su acertada elevación a los altares, entonces, honra al amor y a la paz, que ella con su ejemplo y en medio del conflicto hizo universales.