“Votaré en blanco o viciado”, me dijo un familiar durante las celebraciones de Año Nuevo. En el amanecer de ese día, aparecía en Correo un informe con cuatro analistas que coincidían en algo sobre las elecciones generales de 2021: Hay un desánimo generalizado sobre ese proceso. Los candidatos son más de lo mismo, no hay rostros nuevos o propuestas frescas e interesantes y se respira una monumental mediocridad en casi todo el abanico de opciones.
A esto habría que sumar la preocupación de las mayorías por los problemas económicos generados en el marco de la pandemia y el coronavirus mismo que llena de estrés, terror y miedo la convivencia social.
De fiesta democrática no tendrá nada y en un país que no está para celebraciones, los comicios no se desarrollarán ni siquiera con la aplicación masiva de una vacuna que pueda otorgarle una dosis de esperanza ante el encierro sanitario y el ahogo permanente generados por rebrotes o segundas olas. ¿Hay responsables? ¿Se le puede buscar culpables a esta invasión de apatía? ¿Se puede acusar a alguien de haber prendido la mecha de esta abulia masificada? La respuesta es sí, son los partidos políticos. Hasta el nombre es excesivo para estas cofradías de poder, egoísmos y voluntades cortoplacistas.
Para estos cascarones, estas argamasas deformes, estas levaduras que se fermentan sin ambiciones hasta que suena la alarma y se despierta la feria de la elección en la que pueden alquilarse al mejor postor, ofrecer candidaturas (el número uno es otro precio ¿no, Vizcarra?), servir de vientres de alquiler o aventurarse a la farsa de una democracia interna que en realidad no existe.
Y de allí nacen una veintena de muertos vivientes que pululan por radios, canales, medios y redes sin generar la más mínima expectativa ni el más leve destello de ilusión. ¿Habrá dos o tres que se salven? Ojalá, lo esperamos, que alguien se ilumine, que surja un liderazgo imprevisto, un proyecto de estadista, la materia gris de un plan.
Si no es así, va a ser muy peligroso que un improvisado tome las riendas del país en pleno bicentenario y en medio de la peor hecatombe económica y sanitaria de nuestra historia.