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El Adviento, que comenzamos hoy, dura alrededor de cuatro semanas en las que la Iglesia se prepara para celebrar el nacimiento de Jesús y acogerlo como nuestro Salvador. El Adviento está dividido en dos partes. La primera nos invita a levantar los ojos hacia Jesús que vuelve. Es el mismo Hijo de Dios que hace más de dos mil años se encarnó y se hizo hombre en el seno de la Virgen María, resucitó de la muerte, subió al Cielo y regresará para juzgar a vivos y muertos y llevar a plenitud su Reino. Esta primera parte del Adviento, entonces, nos dispone a examinar cómo estamos llevando nuestra vida. Y si somos sinceros, llegaremos a la conclusión de que nuestros buenos propósitos y nuestra sola fuerza no son suficientes para que Jesús nos lleve al Cielo.

Reconocer esto nos abre a celebrar bien la segunda parte del Adviento, porque brota en nosotros el deseo, o hasta la necesidad, de que Jesús venga a salvarnos. De esta manera, el Adviento nos prepara para la Navidad, porque en ella celebramos que Dios se hace hombre para cargar con nuestros pecados y, a través de su propia carne, clavarlos en la Cruz y darnos a cambio su Espíritu Santo que hace posible que vivamos conforme al Evangelio para que, cuando regrese en su segunda venida, nos encuentre con los brazos abiertos de par en par para dejarlo que, como Buen Pastor, nos ponga sobre sus hombros y nos lleve al Reino de los Cielos para el cual nos creó y donde quiere que vivamos con Dios por toda la eternidad.