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Por más que el jefe de Defensa Civil, general de brigada EP Jorge Chávez, ha tratado desde el lunes mismo de llamar a la calma ante la crecida del río Rímac, al afirmar que el caudal está muy por debajo de lo que podría considerarse una situación de emergencia, queda claro que hay temor entre los pobladores ribereños, que saben muy bien que poco o nada se ha hecho en los últimos meses para impedir que las aguas afecten sus casas como hace un año.

Una muestra de esto es que en el momento en que el caudal creció en la tarde del lunes había maquinaria realizando trabajos en la cuenca del Rímac, algo que debió hacerse hace mucho tiempo, cuando el cauce estaba casi seco ante la falta de lluvias en la sierra de Lima. Hace pocas semanas veíamos al entonces ministro de Agricultura y Riego, José Hernández, supervisando la labor de la maquinaria que no hizo su labor en los meses anteriores.

Imagino que, a estas alturas, tanto Defensa Civil como el Gobierno y el propio presidente Pedro Pablo Kuczynski deben estarle poniendo velas a todos los santos para que el río no se salga y la inoperancia en la tan promocionada reconstrucción quede al desnudo. Ayer ya teníamos un grupo de casas afectadas, por más que la autoridad se empeñaba en asegurar que no estábamos en una emergencia y que el caudal seguía en su nivel normal para estos días de enero.

Y si así estamos en Lima, habría que dar una mirada a lo que ocurre en algunas regiones, como Piura, Lambayeque, La Libertad o la costa de Áncash, que también se vieron afectadas por las lluvias y desbordes hace menos de un año. ¿También han esperado la crecida de caudales en estos meses de verano para descolmatar los ríos? Ojo que la población está muy sensible y que cualquier incremento de caudal puede generar alarma y descontento como en Chosica.

Desde hace mucho tiempo se ha venido advirtiendo sobre la necesidad de poner en marcha los trabajos antes de la llegada del verano. Recordemos que no hace falta un fenómeno El Niño propiamente dicho, como los de 1983 o 1998, para vernos en medio de una emergencia. La burocracia no puede ser insensible y dejada ante el drama de miles de personas que incluso siguen viviendo en carpas y refugios “temporales”, como se vio en la visita del papa Francisco a Trujillo.