El problema del desgobierno es que envalentona a los que están siempre al margen de la ley. Propicia el caos y lo multiplica, invita además a los delincuentes que siempre aprovecharán esto para atentar contra la propiedad y la integridad de la gente. Y esto pasa, justamente, cuando no hay autoridad, o cuando la máxima autoridad no infunde respeto alguno, sino todo lo contrario. Esto es lo que está pasando ahora mismo en el país.
E stos días agitados son duros para el gobierno, lo serían para cualquier régimen, claro, pero se dificulta porque en Palacio está un presidente que no sabe qué hacer y que está rodeado de gente mayormente improvisada y que desconoce cuestiones básicas para administrar un país.
A yer Pedro Castillo acudió al Congreso de la República y, después de diálogos poco relevantes, terminó anunciando que levantaba la inmovilización social que había dictaminado la noche previa entre gallos y medianoche, de modo absolutamente improvisado. ¿Y qué ganó con esa medida excepcional y errática, finalmente? Nada. No modificar nada, excepto elevar el malestar y el repudio en su contra, tal como se vio ayer en las calles de Lima.
La situación se torna ahora insostenible y no se ven visos de solución, sinceramente. El reclamo “Castillo renuncia” empieza a escucharse de modo más fuerte en Lima, y ya no solo en la capital, como se ha visto estos días. Es momento de estudiar los siguientes pasos ante esa eventualidad, con cabeza fría, para que no repitamos el caos y la incertidumbre que nos trajo hasta aquí. El Congreso podría empezar a pensar en eso, en vista de la probabilidad de que Castillo se vaya más pronto que tarde. Hay salidas legales en la mesa, claro que sí. El problema es que en el Congreso también hay sectores que esperan muy poco también. Y eso empeora el asunto, por desgracia.