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Aunque los agnósticos y ateos se jalen los pelos, qué duda cabe de que Dios sienta presencia y sabe lo que hace. Por algo es el gran jefazo. Nos mandó un papa chévere, representante suyo en la Tierra, que ostenta una facilidad divina para alojarse en el corazón de chicos y grandes. Y también la valentía suficiente para decir las cosas por su nombre, sin temor alguno a los masivos auditorios que congrega.

Eso se llama extensión del liderazgo, que no es otra empresa que saber gobernar, en este caso a la Iglesia católica, acercándola a la población con códigos muy sencillos, teniendo como preocupación principal el desvalido, el necesitado, el enfermo, el anciano, el más débil.

La osadía que tuvo Francisco de repudiar la corrupción delante de PPK en el mismo Palacio de Gobierno fue celestial y agarró harta carne. Al costado de la alfombra roja, algunos de los invitados -igual- sintieron el jalón de orejas y clavaron la mirada en el suelo. Odebrecht, coimas, aportes fantasmas y lavado de activos eran algunos de los pecados que se olían en el ambiente.

Y es que al Sumo Pontífice no se le escapa nada. Todo lo sabe y todo lo ve. Y va más allá de su cuenta en Twitter. Conoce el terreno que pisa. Por eso es que, también, se le fue encima a la trata de personas (que él prefiere calificar de esclavitud sexual) en Puerto Maldonado, y al feminicidio y el sicariato en Trujillo, entre otras plagas que la clase política peruana no puede o no quiere controlar.

Conclusión: Nos ha visitado un verdadero líder, que además de ese mágico feedback con los fieles, nos enseña a ser personas de bien y a preocuparnos por el bien de las personas. Gracias, Panchito.