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Hablemos de los contenidos de la televisión. La única experiencia que recuerdo es la de Telecentro, una especie de productora de programas de televisión que crearon los militares de Velasco Alvarado para controlar los contenidos de todos los canales nacionales. Ellos producían los programas, también elaboraban la parrilla de programación combinándola con los tradicionales enlatados, naturalmente filtrados de acuerdo con el ideario de la Revolución. El ideario era la antojadiza interpretación que quisiera darle un tal Segisfredo Luza, el rey de los psicosociales, especie de Vladimiro Montesinos combinado con Mario Poggi. Todo gobierno tiene sus brujos, seres extraños, misteriosos, que se arrogan poderes para decidir qué debe dársele a la mente de las personas. Desde los oráculos hasta Rasputín. Por eso hablan de pan y circo. A los de Velasco no les gustaba el Pato Donald porque tenía un tío rico, avariento. Tampoco los superhéroes (Superman y compañía), que representaban al imperialismo yanqui, esas alienaciones contrarias a la mentalidad que entonces se ponía de moda: las corrientes tercermundistas y el movimiento de los No Alineados. Tampoco les gustaba Camotillo el tinterillo, el personaje que encarnaba el serrano de Abancay Tulio Loza, con los agudos libretos de Augusto Polo Campos. Y mejor no hablemos del Sinamos, Sinacoso y OCI. Los textos debían ser supervisados por sus esbirros; lo mismo en los diarios intervenidos. De esas ratas de Palacio quedaron algunas que sobrevivieron hasta en el régimen del APRA y Alan García. Quién no recuerda a Tito Rázuri. Esto es intervención del Estado (y del Gobierno) en la regulación de contenidos de la TV u otros medios. Todo lo demás, como lo dije la semana pasada, es hacer cumplir la ley.

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