Desde ayer el expresidente Alejandro Toledo está en una cárcel de California con fines de extradición al Perú, donde tendrá que responder por graves cargos de corrupción. Con esto se cierra una primera etapa en que ha primado el cinismo, la leguleyada y la voluntad de evasión de quien algún día fue promocionado como el hombre que traía la honestidad y la decencia tras los diez años del fujimorismo.

Toledo ha mantenido su cinismo hasta el final de sus horas de libertad. Con total desparpajo ha dicho a una agencia de noticias que nunca se ha escapado de la justicia peruana y también ha pedido que le den al menos detención domiciliaria o impedimento de salida del país, pues no pretende fugar, a pesar que al Perú le han costado seis largos años lograr que este prófugo sea traído de vuelta en contra de su voluntad.

Los cargos contra Toledo son graves, pero también es grave que por muchos años haya tratado de impedir su retorno al Perú. Ha gastado miles de dólares de origen dudoso en pagar abogados para frustrar su extradición. Esto es algo que sin duda debe ser tomado en cuenta por el Ministerio Público y el Poder Judicial, que han sido burlados por quien algún día ocupó el más alto cargo público de nuestro país.

Conocer las declaraciones de Toledo en que afirma que nunca se evadió de la justicia no hace más que confirmar que estamos ante un mitómano profesional que jamás debió ser elegido mandatario, un aventurero que con el cuento del provinciano exitoso, se transformó en un fiasco y una vergüenza para todos.

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