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El Perú atraviesa un momento muy crítico y los ánimos están muy caldeados como para que además de todo tenga que soportar las opiniones del prófugo expresidente Alejandro Toledo, quien ayer ha tenido el empacho de opinar sobre la corrupción, que es precisamente en la que él se encuentra inmerso luego de haber sido acusado de recibir una cuantiosa coima de $20 millones de Odebrecht.

Que el fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, es un personaje cuestionado que debería dar un paso al costado es algo muy cierto. Lo sostenemos en Correo desde hace varios meses. Sin embargo, que lo diga el prófugo Toledo llama a la indignación, pues este personaje no tiene la menor autoridad moral para dar opiniones al respecto, ya que se encuentra corrido de la justicia desde hace casi dos años.

Toledo es una muestra del peor rostro de la política peruana y mundial. Es el típico caradura que opina y se horroriza por actos de otros sin tener en cuenta los propios. Acusa a fujimoristas y apristas de “conducta corrupta”, lo cual no sería extraño si no lo dijese desde su condición de prófugo tras su escandaloso crecimiento inmobiliario que trató de justificar al amparo de mentiras antes de huir del país.

En lugar de dar opiniones sobre la corrupción que nos agobia, Toledo debería acatar los mandatos de la justicia y dejar su condición de prófugo en Estados Unidos, desde donde suele promocionarse como un “perseguido político” sin decir nada de la coima de $20 millones que fue a parar a las cuentas de Josef Maiman y de ahí a Ecoteva, según el Ministerio Público.