Parece broma, pero no lo es. Ayer el premier Aníbal Torres, uno de los personajes más nefastos de la política peruana, ha salido a decir que es posible que el Legislativo y el Ejecutivo se sientan a dialogar por el bien del país. Sí, el sujeto del discurso encendido, el que cada vez que le ponen un micrófono por delante sale a atacar y dividir a los peruanos con su discurso de odio, resentimiento y lucha de clases, ahora viene a pontificar sobre acuerdos y unidad.
En los últimos meses, el lugar de irse a su casa a descansar, el premier Torres no ha hecho otra cosa que atacar a quienes critican dentro de la democracia en que vivimos. Parece que este señor ya no se acuerda de los llamados Consejos de Ministros Descentralizados, en que a grito pelado nos salía con sus peroratas de limeños y provincianos, ricos y pobres, blancos y cobrizos, todo para defender a un indefendible como su jefe Pedro Castillo .
Qué credibilidad puede tener este señor para hablar de diálogos y acuerdos con la oposición y el Congreso, si hace pocos meses un sacerdote de izquierda y hasta entonces amigo del gobierno intentó generar un acercamiento, y lo único que obtuvo fue el insulto del premier Torres, quien lo llamó “miserable”. Este es, pues, el hombre que ahora nos viene con que es necesario trabajar juntos por el Perú. Que le crea su ministro Alejandro Sánchez.
Hoy ante la próxima llegada de una dudosa misión de la OEA, Torres habla de unidad y trata de mostrar un talante democrático, cuando se ha convertido en el enemigo número uno de la libertad de expresión, al extremo de atacar a una periodista y calificarla de “mala madre” y “mala esposa”, una barbaridad que solo puede suceder en un gobierno surrealista a cargo de un personaje como Castillo, que hasta ahora no sabe cómo llegó a Palacio de Gobierno.
Pero el problema acá no es el señor Torres, sino quien lo ha nombrado y mantiene en el cargo, es decir, el presidente Castillo, quien ha preferido tener un escudero burdo, gritón, pleitista e impresentable, antes que un político de verdad. Son las consecuencias de sufrir un gobierno improvisado y sin gente, a cargo de un personaje que no reúne las condiciones básicas ni para ser regidor de un pequeño distrito.