Escándalo tras escándalo, yerro tras yerro, denuncia tras denuncia, este gobierno muestra únicamente una capacidad ilimitada para el ridículo y la improvisación. El tema ya no es Luis Barranzuela que, al publicarse esta columna, debería ya haber salido del cargo, sino la impronta que mueve a la gestión de Pedro Castillo y a los que están detrás. La combinación no podría ser peor.
De un lado, el presidente, un líder del sindicato de maestros que apoya al Movadef, el brazo político de Sendero Luminoso. Luego, el poder es compartido por Verónika Mendoza, una izquierdista desfasada, mediocre y a la que no le ha interesado nunca convivir con la corrupción si de acceder al poder se trata. Además, en el entorno del régimen pulula Marco Arana, un antiminero e izquierdista radical, un gestor de revueltas que ha colocado en el premierato nada menos que a la exdirectora de la ONG Grufides, gestora de la caída de Conga en Cajamarca.
Ese combo de terror por el que merodea Vladimir Cerrón, Guido Bellido, Guillermo Bermejo y “Los Dinámicos del Centro”, todos ellos a punto de ser expectorados de la semilla del poder, es el que gobierna al Perú y pretende hacerlo por 5 años. Esta semana se cumplirán 100 días de gestión y todos los espectros de esa izquierda torpe, que solo se ha dedicado a destruir, a oponerse y a protestar, cuya única agenda ha sido el sabotaje y la obstrucción, da muestras elocuentes que su rol es excluyente y no tiene la menor idea de qué hacer cuando se trata de gestionar un país o hacerse cargo del desafío de crear bienestar y riqueza. Para eso no sirven, está demostrado, y aunque esta corroboración -ampliamente advertida en la campaña- nos haga tanto daño, el aprendizaje debería ser la eterna muerte política de ese tridente miserable y rastrero.