Trujillo era joven y heroica. Y era solariega y colonial, claro. Uno camina alrededor de la plaza de armas, en el centro neurálgico de ese señorío que se empina en sus casonas, y puede ver esos rezagos, las huellas de todo ello.

Pero Trujillo del año 2020 es una ciudad en plena ebullición, un territorio colmado de sangres diversas y florecientes, de humores heterogéneos, de miradas tan nuevas como dispersas. El reducto señorial de Trujillo cree por supuesto que esto es su perdición como solariega ciudad. Pero Trujillo ya no es más la ciudad que ellos veían dentro de su reducto, seamos claros. Tienen que aceptarlo: la capital de la eterna primavera es hoy un colorido de diversidad real, más real que esas flores que enarbolan los vistosos carros alegóricos del gran corso primaveral.

¿Cómo podemos definir a Trujillo, cómo podemos describir a esta ciudad que lleva años transformándose y redefiniendo su nueva identidad? Tarea complicada. La mejor forma de definirla acaso sea admitiendo que por ahora es indefinible en términos de rigurosidad. ¿Cómo es hoy Trujillo y cómo son los trujillanos y trujillanas?

Trujillo es el Club Central, el Club Libertad, el Golf y Country Club, los clubes del pueblo, la Cámara de Comercio y Producción, los zapateros de El Porvenir, las curtiembres en La Esperanza, los emprendedores del Parque Industrial, los pescadores artesanales de Huanchaco, los pescadores de Víctor Larco, la maravillosa gastronomía mochera, la campiña mochera y sus huacas, ese centro de abastos elefantiásico que empieza en el distrito de Trujillo y termina en el distrito de Florencia de Mora y que tiene nombre de bruja de viejo cómic: La Hermelinda.

Trujillo es todo ello y mucho más. Un ente cada vez más expansivo y difuso y, por ello, más desafiante si es que miramos el futuro.

Congratulaciones por estos 200 años, Trujillo.