César Vallejo es un estandarte nacional. Aún más, es un símbolo regional. Pero lo más sensacional de Vallejo es que crece con los años, tanto sus versos como su imagen de personaje icónico gozan de mejor vida ahora. Pienso en eso cuando veo que en Trujillo, a esta hora, se desarrolla una maratónica jornada en la que estudiantes, docentes, escritores y ciudadanos en general leen los versos del vate universal en la misma plaza de armas, a propósito de los 100 años que cumple su poemario más desafiante: “Trilce”.
El viernes, por una iniciativa del poeta liberteño David Novoa, recogida e impulsada por el Gobierno Regional de La Libertad, cientos de escolares, capitaneados por soldados del Ejércitos, buscarán el récord Guinness al recitar un poema coral de “Trilce” de César Vallejo: el poema VII. Es una cuestión inédita, una fiesta nunca antes vista.
Y todo esto es maravilloso porque fue Trujillo, y en esas mismas calles que rodean a su plaza de armas, donde Vallejo, el poeta nacido en la sierra de La Libertad, solidificó su vocación de escriba, se codeó con los intelectuales del grupo Norte (Haya de la Torre, Antenor Orrego, entre otros) y sufrió la experiencia más dolorosa de su vida: su encarcelamiento.
Lo que hoy ocurre en Trujillo en medio de la conmemoración de los 100 años de “Trilce” es, visto así también, la reivindicación del poeta Vallejo, del hombre, del ser humano genial que sigue desafiando a los lectores del mundo. Es el desagravio por ese oprobio que vivió en la vieja cárcel de Trujillo y que lo llevó a un exilio del cual no volvió después, pues, como se sabe, él murió en París.
En el centenario de “Trilce”, Trujillo y el país entero le piden disculpas a Vallejo y lo elevan a la altura de su genio. Es tarde, quizás, pero es también absolutamente necesario.