Donald Trump pareciera que habría reconsiderado su posición sobre la OTAN -la ha criticado de obsoleta-, lo que se derivaría de su reciente confirmación de asistir a la reunión programada en Bruselas para mayo próximo. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyo origen lo hallamos en la firma del Tratado de Washington de 1949, en que fueron diez países de ambos lados del Atlántico (Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido) los que decidieron la defensa mutua en caso se produjera una agresión armada contra cualquiera de ellos. Era evidente que su creación había llamado la atención de la entonces Unión Soviética, que buscaba promover un contrapeso a la OTAN. Moscú, al verla más bien como una amenaza, decididamente creó un espacio geopolítico de influencia entre los países que se hallaban en la condición de periféricos de la URSS, y plasmaron en 1955 el denominado Pacto de Varsovia. El presidente estadounidense no puede perder de vista que la OTAN se hizo sobre la base del artículo 51° (Capítulo VII) de la Carta de Naciones Unidas, que reconoce el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado. Hoy, la amenaza más importante para Estados Unidos y, en general, para el mundo entero es el terrorismo internacional, un problema que sí resulta una prioridad para Trump. Ello explicaría por qué razón está mostrando el giro que la cordura exige al mandatario de la nación más poderosa del mundo. Trump criticó durante la campaña a la OTAN, a la que dijo incluso que mantenía sus cuentas con déficit por la falta de pagos de sus demás miembros. La seguridad internacional no se puede soslayar -también están China y Corea del Norte como preocupaciones- y Trump parece entender el rol de la OTAN.