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El presidente de los EE.UU., Donald Trump, jamás va a arriesgarse a pasar un mal momento en Lima frente al impresentable Nicolás Maduro, dictador de Venezuela. Por ello, la noticia de que la Casa Blanca rechaza las elecciones en ese país es reveladora de que Trump ni loco pisará en falso viniendo al Perú en esas circunstancias donde, además, su diplomacia lo va a cuidar para que eso no pase, por supuesto. Es un error pensar que las reuniones internacionales, como la próxima Cumbre de las Américas que se desarrollará en Lima en el mes de abril, son una oportunidad para que los jefes de Estado se lancen puyazos de todo calibre. Es exactamente todo lo contrario. Las Relaciones Internacionales como ciencia enseñan a evitar que los actores visibles del sistema internacional, como es el caso de los jefes de Estado, terminen enfrentándose manoseando la majestad del respeto mínimum que deben siempre conservar los Estados en la oportunidad de los encuentros de sus líderes. Si creemos, por ejemplo, que el ida y vuelta de tensiones verbales entre el desaparecido Hugo Chávez y el entonces rey de España, Juan Carlos, en el marco de la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno realizado en Santiago de Chile (2007) -donde se hizo famosa la frase del monarca español: “Por qué no te callas”, al contestarle al venezolano que estaba arrimando con su impertinente verbo al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero- es parte de la normalidad, estamos en un serio problema para comprender el objeto central de la dinámica de la política internacional. Nuestra diplomacia será responsable de que la reunión no termine emergiendo como un campo de batalla; además, con el reciente anuncio de la Corte Penal Internacional de investigar a Maduro y a algunos de los miembros de su cúpula por violación de los derechos humanos en el país llanero, se reconfirmaría que Trump ni por asomo se ve en una foto colectiva con un Maduro totalmente desprestigiado.