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El tsunami Trump no dejó en pie nada y arrasó con los pronósticos y toda la maquinaria político-mediático-empresarial-hollywoodense montada a favor del “proyecto Clinton”. Aun ahora siguen “las viudas de Hillary” -las firmes y las “aspiracionales” en Latinoamérica- enredados entre el llanto, la marchita callejera y la explicación surrealista presuntamente intelectual sobre lo sucedido. La síntesis de esa explicación salió de la propia boca de la señora Clinton, cuando llamó deplorables a los simpatizantes de Trump. Ahora sus seguidores se esmeran en llamarlos desde idiotas y traidores, hasta gente sin educación. Brutos y achorados como se diría en Perú, donde incluso, se llega al ataque racista: “Si eres indio peruano no puedes estar con Trump”. O sea, si soy peruano me veo bien abrazando a Evo Morales, pero con Trump, mi deber patriótico -y étnico- es odiarlo. Soberbia total. Totalitaria, para decirlo mejor. Dentro de esos “deplorables” habría que incluir a Asra Nomani, experiodista del Wall Street Journal y activista musulmana, inmigrante, mujer, que confiesa ser, en una valiente columna en el Washington Post (I’m a Muslim, a woman and an immigrant. I voted for Trump), “una de esas votantes silenciosas de Donald Trump” a pesar de no ser “una ‘fanática’, una ‘racista’, ‘chauvinista’ o de la ‘supremacía blanca’, como fueron llamados sus votantes”.

Los indignados anti-Trump, que producen desmanes y violencia en las calles, no entienden nada. Nunca vieron lo que estaba sucediendo bajo la edulcorante crema chantillí que les preparaba Obama. Jamás leyeron a la gente. Trump lo hizo. Y ahora, un multimillonario capitalista representa lo más profundo del pueblo trabajador estadounidense. Se cayeron las estanterías y Trump rompió todos los moldes. A reemplazar las viejas teorías. Porque esto recién empieza.